jueves, 1 de octubre de 2009

El profesor tutor, el relato de una experiencia. Escuela de Fray Luis Beltrán.

En 2009, cuando la implementación de la Ley de Educación Nacional 26.206 en Santa Fe marcó el tiempo de regresar dos cursos (octavo y noveno) a la educación media, la escuela 254 de Fray Luis Beltrán, como tantas otras de la provincia, se vio ante la situación de integrar a más del doble de la cantidad de alumnos que recibía al inicio de cada ciclo lectivo.

Al trabajo sobre los contenidos curriculares tradicionales se le sumó especialmente la necesidad de integrar las diversidades de los 850 alumnos que ingresaron a primero y segundo año, y construir espacios de participación y convivencia que habiliten aprendizajes socialmente significativos.

“No fue fácil -admite la directora Norma More -; ahora lo podemos contar porque pasó la primera mitad del año y evaluamos que hemos podido resolver el desafío”. Convocada a pensar sobre los elementos facilitadores de ese logro, la directora no duda en qué término poner el acento: “El rol de los profesores tutores fue fundamental”.



En coincidencia con esa percepción, el Ministerio de Educación planificó y puso en marcha a principios del año el programa de formación de profesores tutores como facilitadores de la convivencia para fortalecer el rol de todo el personal docente que ejerce esa función en cada escuela secundaria de Santa Fe. VER CUANTOS

Algunos resultados de esa acción empiezan a avizorarse en las experiencias escolares, como ocurre en esta institución.

Ser tutor es una elección de vida.

Tal vez porque antes de convertirse en la directora de la escuela Norma experimentó el rol tutorial, ella está convencida de que ser tutor implica una elección de vida: “Más allá de la capacidad para armar un proyecto adecuado para la institución, lo que vale es el compromiso”.






¿Cuál es el límite? ¿Hasta dónde conviene involucrarse con una situación? Son preguntas que aparecen con frecuencia en la tarea cotidiana de enseñar. Laura Galarza, una de las profesoras tutoras de la escuela, y Sandra Salguero, la vice directora, coinciden en que es posible involucrarse cuando en la institución todo el equipo se respalda, y avanza en el mismo sentido.

Un trabajo de hormiguitas

Laura no desconoce que la problemática social amenaza con desbordar el ámbito pedagógico. Y considera que muchas veces los docentes se ven obligados a decidir entre atender una cuestión o la otra. “Es ahí cuando decidimos separar las tareas”, Sandra marca el punto límite. “Lo fundamental es que trabajamos en equipo y esa posibilidad de apoyarnos unos a otros es lo que hace que podamos superar esas situaciones”, explica.

El eje del trabajo en equipo en la escuela es la conversación. “Pero, cuidado –advierte Sandra- tampoco sirve conversar y conversar si es que luego no se recupera y ensambla toda esa información que circula”. Para explicarlo, ilustra: “Es un trabajo de hormiguitas; recogemos todas las conversaciones, y tenemos que hacer una puesta en común para acompañar el proceso pedagógico. Si no, las conversaciones no tienen sentido”.

Entonces, Norma trata de repasar el camino: “Partimos del plenario en febrero, hacemos diagnósticos iniciales, acordamos las estrategias de aula, las escribimos y las retrabajamos en constantes reuniones que ya no son masivas, y que tienen al tutor como articulador entre docentes, alumnos, directivos, preceptores, porteros: la comunidad toda. La idea no es uniformar, sino trabajar todos juntos para atender las diferencias, que en esta escuela se acentuaron este año, con el ingreso especial que tuvimos”.

La palabra circula: de la conversacónn al acta, y viceversa

Desde el proyecto institucional planificado en común hasta las acciones acordadas durante el año, todo compromiso que se asume, se registra en un acta”, explica la directora. Y sabe que con esa aserción induce a la pregunta sobre los riesgos de burocratizar el proyecto pedagógico. Por eso, se adelanta: “Si no escribimos nuestros compromisos, no somos capaces de revisarlos, mucho menos de modificarlos si es necesario”.

Los profesores tutores también institucionalizaron la práctica de la comunicación escrita, sin destituir los aportes de las conversaciones informales ni intentar anquilosar las relaciones. “Tenemos un cuaderno disponible para todo el personal que circula por la escuela para que puedan expresar las inquietudes sobre los alumnos”, muestra Laura, y fundamenta que la estrategia fue positiva para desmontar los rumores e incrementar el compromiso de los docentes. Sin embargo, aclara: “El cuaderno funciona porque hay acción más allá de la palabra escrita. Si no encontraran respuesta del tutor, los docentes no se sentarían a escribir”.

La estrategia de la escritura de inquietudes y compromisos también funciona con los alumnos. Norma es quien la relata: “Con los chicos, hablamos una vez, dos veces… pero no podemos hablar todos los días sobre lo mismo. Entonces, les recordamos que esta es su escuela, el lugar donde van a estar más de cinco horas por día. ¿Cómo hacemos para que se sientan bien? Armamos el código de convivencia con ellos. Y ante los incumplimientos reiterados, y conversaciones que no dieron sus frutos, labramos acta. Se compromete a no hacer más daño. Si lo vuelve a hacer, releemos su compromiso. Y hablamos con los padres. Pero nadie tiene amonestaciones”.

“Las cosas funcionan porque hay diálogo, es cierto, pero también porque hay coherencia, sostiene la directora, y propone atender a un ejemplo claro: “Nosotros hacemos mucho hincapié en que la educación es un derecho de los chicos, y que los padres tienen la obligación de hacerlo ejercer. Ahora bien, parados desde del Derecho, tenemos que ser coherentes en el discurso y en la acción. Cuando un docente hace algo que no está permitido, como atender una llamada de celular en el aula, el alumno siente que él también puede hacerlo, porque tiene los mismos derechos que el docente. Ahí encontramos otra clave: reglas claras para todos.

Más allá de la escuela, la familia

“No todo es color de rosa”, advierte Norma. “Cuando un adolescente altera la voz, llamamos a la familia. Pero cuando ves que en la charla le contesta igual a la madre, es más difícil”.

Una estrategia con la que solemos tener resultados positivos consiste en que cada vez que llamamos a los papás, es el chico el que le cuenta lo que sucedió”, aporta Sandra, y explica las razones: “Que el padre no escuche nuestra versión, sino que la escuche de su hijo, en el ámbito de la escuela”. Y agrega una consecuencia casi lineal del resultado de involucrar a los padres en la vida escolar: “Otras veces los padres usan la escuela para acercarse a sus hijos". "Es que aquí encuentran el límite. Nos dicen a nosotras que ellos con sus hijos no pueden, y nos piden ayuda”.

Los encuentros de formación de profesores tutores.

Las instancias de formación para profesores tutores están pensadas para trabajar en grupos de 70 docentes en un proceso de acción- reflexión que conduzca a desarrollar espacios educativos de convivencia entre los alumnos de primer y segundo año del secundario, para atender a las situaciones que las docentes entrevistadas describen.

En los seis años en que Laura lleva desempeñándose como tutora, había participado de dos capacitaciones que le habían aportado algunas herramientas de intervención. “Pero me quedaban muchos interrogantes: sentía que había contado lo que me pasaba y todo quedaba ahí. Estos encuentros son diferentes: nadie te da lecciones y, sin embargo, son un espacio donde te vas a encontrar vos mismo construyendo las respuestas que buscás”.

Una rueda de convivencia

“A partir de ese segundo encuentro acordamos con la directora que, ya que no tenemos problemas graves de indisciplina, y estábamos ordenadas con la planificación pedagógica, podíamos empezar a trabajar sobre los sentimientos, para cada chico se reconozca”, cuenta Laura cómo empezaron a planificar la primera Rueda de convivencia, ese espacio experimental en que los jóvenes se encuentran para fortalecer sus relaciones, aceptando las diferencias.

Hicimos la primera rueda con dos cursos de realidades socioeconómicas diferentes, que en el recreo no se miran, que se respetan pero no interactúan”, empieza a relatar. “Es cierto que no podes integrar a 400 personas –admite-, pero hicimos la prueba de trabajar con estos grupos, sobre sus emociones y sus deseos para el futuro. El resultado fue emocionante: silencio, escucha, respeto, expresiones sinceras”, enumera Laura, y se entusiasma para mostrar algunas fotos que registran ese momento.

Una tarea inagotable

El entusiasmo por su trabajo no le impide reconocer algunos obstáculos. “A la hora de hablar de logros o resultados, hay satisfacciones, pero no es tan lineal”, busca en la mirada de sus compañeras la aprobación de sus percepciones, y sigue: “Hay sobresaltos, bajones. ¿Tenemos que ir a buscar todos los días a alguien que no quiere venir a la escuela? ¿Tenemos que volver a hablar de lo mismo tantas veces con la misma persona?

Norma busca ideas para aportar a las preguntas que Laura hace sin esperar respuestas inmediatas –porque sabe que cuesta mucho trabajo construir una-. Hace foco en una y, más allá de que la tarea sea inagotable, la enuncia convencida de que alcanza hacer pie: “Si no tuviéramos tutorías, sería imposible de trabajar”.